Lejos de la realidad: 8

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 Kate.Kate.Kate.
No tenían una gran amistad pero ese día se había instalado su nombre en la cabeza cual evento importante.

Parada delante de la puerta de Kate se siente extraña, ¿cómo pudo ser tan tonta? No es quien para meterse en la vida personal de ella, tampoco es nadie para tomar la decisión por si misma de entregar una carta personalmente. Tal vez a ella le moleste.

Toca el timbre pero no funciona así que opta por lo que ha servido siempre. Sus nudillos golpean con fuerza la puerta haciendo que el sonido se escuche más alto de lo que ella pretendía. A los cinco minutos aparece una señora mayor vestida con un traje largo y negro decorado con numerosas flores marrones y rosas, desvía su atención el bastón en el que se apoya, dorado desde su empuñadura hasta el apoyo y al final un pequeño gato negro de ojos verdes en posición de ataque.

- ¿Qué quería señorita? -El tono de la señora suena alegre y cordial y devuelve a la realidad a Gin.
- Venía a preguntar por Kate. -La señora la mira con el ceño fruncido, como si no hubiese oido ese nombre nunca, así que mira el destinatario y pronuncia el primer apellido también- Kate Longman.
- Lo siento, no he escuchado ese nombre nunca.
- Pero... bueno.... -Se siente avergonzada, tal vez la administración no le habían dado bien la dirección.
- Puede enseñarme la dirección si lo prefiere, tal vez puedo ayudarla.
- No,no -recuerda que en el sobre pone su dirección y prefiere esconderlo- Muchas gracias, siento las molestias.

Le molesta que le hayan informado mal sobre la dirección de Kate... Ahora sí que no sabía donde buscarla. Decide volver a casa, tal vez allí encuentre un atisbo de paz después del día que ha vivido.

Saca las llaves del bolso y las pone en la cerradura, dos vueltas y abre, primera puerta superada. Busca la segunda llave, la gira dentro de la cerradura y entra en su hogar, lo echaba de menos. Se quita las botas militares, las recoge y camina a oscuras descalza por la casa.

“¡Ouch!” Replica lo más bajo que puede, se había chocado con una de las esquinas de las mesas que pertenecían a la primera estancia.

Es la primera vez que llega cuando ya ha oscurecido en casa, a esa hora lo normal es que todos estén durmiendo. Mira su reloj otra vez, once y media. Escucha un leve movimiento detrás de ella, pero piensa que ha sido imaginación suya y sigue caminando hacia la cocina. Nadie la esperaba despierta, o tal vez, nadie a excepción de ella.

- ¿Piensas explicarme tu tardanza? -se da la vuelta y alguien enciende una pequeña linterna, en ese mismo momento reconoce la cara de su hermana que esboza una media sonrisa.
- Fui a buscar a Kate a su casa por … bueno y a ti que más te da, deberías estar durmiendo.
- Si, ya, Kate... -su cara rebela con facilidad lo que está pensando.
- No, a no ser que Ian se haya cambiado de sexo sin yo saberlo, sigue siendo un chico y yo estaba buscando a Kate. -El rostro de Gin cambia, hablar de Ian le recuerda todo aquello que su cerebro ha estado intentando procesar y vuelve a ella la imagen de Jeff, quien no recuerda nada de ella, aunque era algo de esperar- Ahora, si se me permite claramente, voy a ir en busca de algo que pueda calmar el gruñir de mi estómago.
- Claro que puede -Lav sabía cuando parar con las preguntas con su hermana, pero no se rendiría, conseguiría sacar algo de ella -En el microondas tienes una pequeña porción del pastel de carne que preparé almediodía.
- Gracias.

No se dicen más nada, Lav se da la vuelta y vuelve a su habitación mientras Gin se queda en la cocina disfrutando de la pequeña porción de pastel de carne de su hermana. Cuando termina sube las escaleras que la llevan al segundo piso, cuando llega a él algo le llama la atención, del despacho de su padre una luz está parpadeando, abre la puerta con cuidado y asoma su cabeza.
Allí está Carl, sentado en su silla marrón mirando unos papeles que recoge con suma rapidez cuando su hija entra en el cuarto, ella sin sospechas sigue pensando que son las fotos que ve todos los días.

- ¿Qué haces despierto todavía? Es hora de descansar.

No recibe respuesta, tampoco la esperaba. Se acerca a la mesa de su padre y le da un beso en la mejilla, le da la mano y este se la devuelve, al lado de Gin parecía un niño indefenso. Esta le ayuda a incorporarse y lo levanta. Se dirige a la puerta y cuando escucha los pasos de su padre detrás sigue caminando, lo acompaña a la habitación que le pertenece, sale y cierra la puerta detrás de ella. “Bueno, por lo menos esta noche se la pasará en su verdadera habitación y no en ese antro” piensa mientras se acerca de nuevo al despacho. Justo cuando va a volver a salir de este, decide que tal vez debería darle un pasón por encima, más que sea por limpiar el polvo, seguro que su padre se lo agradecía. No tenía mucho sueño así que cogió todos los productos de limpieza que se encontraban en el armario que se encontraba empotrado en una de las paredes del pasillo, unos cuantos trapos y se puso a limpiar.
No solía hacer ese tipo de cosas, así que después de terminar, con la que le pareció la más ardua tarea, estaba agotada. El cansancio le recorría desde los dedos de los pies hasta un incesante dolor en la parte derecha de la cabeza. Guardó todo el material y se acercó a su habitación. Encendió la luz y observó el orden que tenía, probablemente Lav hoy se pasase por allí para limpiarla, se acostó en la cama y prendió la luz del despertador, se fijó en la hora que marcaba, las doce y media. Llevaba más de una hora enfrascada en la tarea de la limpieza pero, gracias a ello se olvidó de todos los problemas del día, se colocó en posición fetal en la cama y se durmió.

El odioso sonido de su despertador la molestó, giró la mano y le dio un par de golpes hasta que se calló. Una leve luz entraba por su ventana, estaba claro que empezaba a amanecer pero la luz le impedía ver bien todavía y le costaba abrir los ojos. Cuando consiguió abrirlos se sobresaltó, su padre la miraba en señal de reproche. Observó su figura sentada en la pequeña silla que se encontraba delante de su escritorio, era alto, eso no cabía duda, sus largas piernas se doblaban por ensima de sus muslos sentado en esa silla. Recordaba a su padre con una figura atlética, pero tras tanto tiempo sentado en una silla lo menos que se podía pensar es que la mantuviese y se fijó en un pequeño bulto que asomaba por su estómago convirtiéndose en un pequeño círculo de grasa acumulada.

Pasaron varios minutos así, mirándose el uno al otro y cuando Gin se disponía a decir algo su padre la acalló con un golpe en la mandíbula. Notó como se desvanecía lentamente y veía su figura paterna alejarse al mismo tiempo en que sus ojos se cerraban, antes de dormirse completamente pudo susurrar algo completamente ininteligible.

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